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ELOGIO A LA DESCOMPOSICIÓN: obra colectiva en la montaña


A partir de la convocatoria «Dona tus flores marchitas», la Fundación Cerros de Bogotá (FCB) realizó, por cuarta vez, una obra colectiva denominada Elogio a la des-composición: una experiencia entre arte y naturaleza. El objetivo de este taller fue darle un espacio de reflexión a los ciudadanos acerca de los procesos de vida y degradación, propios de la naturaleza, mediante la abstracción de conceptos inherentes a la naturalidad del ser. Esta acción colectiva, traducida en obras artísticas, fomenta entre sus copartícipes colaboración, integración y trabajo conjunto en torno a un tema ecológico y sistémico. Además, sensibiliza a la ciudadanía respecto a los cerros como un sistema vivo en el cual suceden procesos biológicos en los que la descomposición[1], en lugar de ser un factor negativo, genera transformaciones esenciales para la vida.


Aunque es un proceso ignorado o poco apreciado, la comprensión de la descomposición ayuda a mantener la vida y la circularidad, ya que también representa los procesos invisibles del crecimiento urbano.


Imagen de la convocatoria «Dona tus flores marchitas»

El taller se llevó a cabo en la reserva natural de la sociedad civil, Umbral Cultural Horizontes (en adelante, Horizontes), espacio de propiedad de la FCB en donde se practican procesos de restauración participativa[2], ya que es una zona que presenta, como en la mayoría de los cerros, suelos muy pobres y procesos de erosión[3], a raíz de la presencia de plantaciones de eucaliptos, pinos y acacias. Horizontes está ubicada en una ladera empinada, lejos del agua, y la roca aflora en algunos sitios en los que casi no queda capa vegetal disponible; dadas estas características, la vegetación es baja, seca, a veces escasa, y, además, dominan especies propias del subpáramo como frailejones, pajas, cortaderas y uvos de monte. En esta reserva se busca volver a alcanzar un mínimo de ciento cincuenta especies de plantas nativas propias del entorno.

Ramas y hojas provenientes de la tala de eucaliptos, tejidas como un nido

La FCB y el Instituto Humboldt (en su sede del Venado de Oro), en una complicidad de pacto por los cerros, han trabajado en dos puntos de la ladera de Horizontes, a cinco kilómetros de distancia y de forma paralela, en el desarrollo de procesos y actividades para fomentar y concientizar a los ciudadanos sobre la importancia de la restauración ecológica y la conservación de los cerros.


Imagen de los dos puntos: Horizontes y el Venado de Oro. Restauración de los cerros

Antes de la realización de los talleres El Elogio a la descomposición: obra colectiva al cerro[4], se ofrecieron algunas charlas gratuitas, sugestivas e inspiradoras, entre mayo y junio de 2018: «El lugar» (Alejandro Saiz), «Estética del incendio y la inundación» (Mateo Hernández), «Elogio a la descomposición» (Brigitte Baptiste[5]), «Descomposición de la voz» (Nohra González), «Des-composición[6] del sonido: el silencio de cerro» (Roberto Cuervo), «Des-composición del color» (Carmen Huertas), «Des-composición del paisaje» (Observatorio del Paisaje de Bogotá) y «Entre pétalos y flores» (Futuros Primitivos).


El nido vacío y una hoja de color. El nido tejido, obra de Futuros Primitivos, liderados por Margarita Jimenez

Brigitte Baptiste introdujo a los asistentes en el concepto de descomposición, a partir del elogio de los procesos de la vida:


«Como la naturaleza compone, tiene un propósito temporal. La descomposición no es azarosa, es deliberada. La epifania sucede cuando todos esos elementos descompuestos vuelven a componerse y aparece una innovación que la evolución pone a prueba. Persiste durante un tiempo, en una fase estable que luego colapsa y libera nuevos procesos, aparecen nuevas formas de pensamiento. En la Teoría de Sistemas, la conectividad de los componentes es muy importante, es un proceso de empatías y des-empatías. Procesos agradativos o que se repelen, algunos se conectan y persisten o se derrumban ante otro agente. Las bacterias de este suelo y de este territorio evolucionaron durante miles de años, y en menos de cien años aparecieron unos intrusos que no se las saben comer […] como los hongos y las bacterias evolucionan tan rápido y tienen nuevas capacidades, seguramente aprenderán a comer eucalipto. La persistencia de la materia de eucalipto u otras requerirá años para que estos microorganismos aprendan a descomponerlo […] En el suelo y en el mundo hay una red, una red de seguridad de la descomposición […]


[…] No existe ningún estado mejor que otro, no hay ningún momento mejor en la historia que otro, no hay ningún momento más evolucionado que otro en la historia, lo único que hay son momentos distintos o con complejidades distintas».


El segundo encuentro fue el recorrido sonoro[7] denominado Des-composición del sonido: el silencio del cerro, dirigido por Roberto Cuervo, experto en paisaje sonoro, quien ayudó a agudizar los sentidos del público, demostrando que los sonidos del cerro son una gran obra maestra.


Foto del taller de Roberto Cuervo en su intervención sobre paisajes sonoros «Des-composición del sonido: El silencio del cerro». Grabaciones

«Esta composición que escuchamos no fue creada por nadie, está allí; en la música hay una intención de alguien que toca unos instrumentos, aquí también hay una composición, pero, a diferencia de la primera, es natural, casi que estamos siempre metidos en una obra».


Roberto realizó varios ejercicios, empezando con la limpieza del sonido para escuchar el «murmullo urbano»; luego, caminando, se inició la identificación de los componentes del paisaje sonoro y de los patrones para reconocer los modos de escucha del ser humano.


Al final se encontraron composiciones sonoras propias del cerro y se grabaron los sonidos, georeferenciándolos, para terminar con una composición en la que se sumaron las grabaciones de todos los asistentes. Concretamente, se aprendieron a escuchar los atributos del sonido sin causa (agudo, grave), el sonido de la ciudad, de un pájaro, de la brisa.


Por su parte, Nohra González alentó a los ciudadanos a proyectar la voz en la montaña, dándole a esta un carácter lúdico y demostrando que el paisaje urbano permite al ciudadano reconectarse con sus antepasados:


«Los sonidos son como un gran decanto de la historia, cuando yo emito un sonido, no es Nohra quien lo emite: es mi madre, mi abuela, mi tatarabuela; entonces, cuando pensamos en ese sonido, es un sonido que está completamente enraizado».


Acompañada por una lectura sobre el ciclo de la muerte, la diseñadora Carmen Huertas habló sobre la magia del color, creando un símil entre la armonía de la montaña y la de los colores:


«No necesito sombra para oscurecer los colores primarios, con la propia interacción entre ellos se genera la oscuridad; al amarillo —que es primario— lo complementa o lo armoniza el violeta; el violeta está hecho con la fuerza del rojo y con la oscuridad del azul […]

Taller de color. Una microintervención para observar el contraste

En la charla que llevó a cabo el naturalista Mateo Hernández, narró con pasión la función vital de la muerte y la vida del bosque, ratificando la importancia de cada proceso para que la vida continúe:


«Nuestros cerros están llenos de plantas que aman quemarse y que buscan la manera de volverse más apetecibles para que el fuego las consuma. ¿Por qué una planta va a querer quemarse a sí misma? Los frailejones son el mejor ejemplo: si se huele dentro de sus hojas se puede percibir una especie de trementina muy inflamable. Los frailejones son antorchas vivas, en verano se vuelven muy secos. Esto lo hacen porque el bosque empieza a crecer y buscan quitarse la competencia de otras especies […] para tener espacio abierto para propagarse. Los frailejones se sacrifican a sí mismos para abrirle espacio a la vida. De este modo se incendian de frailejón en frailejón, de paja en paja. Muchos mueren y se sacrifican, pero queda libre una gran área en la que aparecen anualmente (como en el caso de Usaquén) decenas de miles de frailejones. Por eso se puede leer si allí pasó un incendio. Se pueden ver especies nativas como ciros, hayuelos, laureles de cera, angelitos, tunos esmeraldo, todos amigos del fuego en estas zonas rocosas […] El fuego tiene muchas caras, no es malo para todo el mundo».

Obra colectiva. Fotografía de Fernando Cruz

Las voces y audios de algunos fragmentos de los talleres se escucharon mientras se cargaban flores marchitas por entre las grietas de la montaña. Escuchar las reflexiones precedentes, se convirtió en un filtro para realizar la obra de forma colaborativa.

Tejiendo el nido con flores

La experiencia, en general, tejió lazos de complicidad entre quienes se emocionan ante lo simbólico, generó una microtransformación y una apreciación cercana del territorio a través de una acción estética sobre el mismo; simultáneamente, sirvió para reflexionar sobre la importancia del proceso de la descomposición y sobre la voz del suelo erosionado.


Resultado de la Obra colectiva. Fotografía de Fernando Cruz




Reconocimientos


Especial agradecimiento a los participantes: Brigitte Baptiste, Roberto Cuervo, Nohra González, Carmen Huertas, Mateo Hernández, Alejandro Saiz, Observatorio de paisaje[8], colectivo Futuros Primitivos liderados por Margarita Jimenez, y, en particular, a Fernando Cruz, cómplice de esta idea.

Texto: Diana Wiesner Ceballos I Voluntaria - Directora Fundación Cerros De Bogotá

[1] La descomposición se asocia siempre con aspectos desagradables, olores fétidos, imágenes negativas, putrefacción o desintegración de una materia por la acción de diversos factores y de determinados microorganismos.

[2] Se denomina restauración participativa al proceso de recuperación del lugar mediante prácticas que restauran el suelo, plantaciones estratégicas de especies pioneras y experiencias con la gente para generar pedagogía ciudadana.

[3] El sistema montañoso del costado oriental de Bogotá, o cerros Orientales, ha sido denominado como frontera natural de la ciudad, punto de referencia geográfico y patrimonio natural y cultural, dado su valor ecológico como reserva hídrica y hogar de muchas especies nativas de flora y fauna y como símbolo escénico y emblemático para los ciudadanos. En la transformación de su paisaje, los cerros, altamente biodiversos antes de la fundación de la ciudad, pasaron por un proceso de deforestación debido a que eran fuente de materiales como piedra, leña o madera. A mediados del siglo XIX se llevaron a cabo las primeras reforestaciones de los cerros con especies foráneas, lo que modificó las condiciones del ecosistema. En algunos casos, las especies invasoras limitaron el crecimiento de las especies nativas.

[4] Liderado por Diana Wiesner Ceballos y por el fotógrafo y artista Fernando Cruz, contó con la participación y colaboración de diferentes artistas, artesanos y amigos de la Fundación. Lina Gutiérrez y otros ciudadanos donaron las flores.

[5] Directora del Instituto Humboldt. Este taller tuvo como objetivo principal concientizar a los ciudadanos sobre la vida y la degradación, a fin de sensibilizar a los participantes frente a los procesos edáficos, biológicos y meteorológicos, además de darles a conocer las relaciones entre los ciclos de vida (ser humano) y los de la naturaleza.

[6] La composición, por el contrario, se basa en la formación de un todo o de un orden a partir de la unión de una serie de elementos.

[7] Recorridos sonoros se inició como una práctica para aprender a escuchar los paisajes sonoros y a identificar los objetos sonoros que los componen. Estos objetos pueden ser los sonidos de la naturaleza (seres vivos), es decir, biofonías. Entre ellas se reconocen las antropofonías, producidas por el ser humano, y las geofonías, provenientes de la Tierra.

[8] María Cecilia Galindo, Caroline Motta, Diana Salazar, Ana Puerto, Carlos Lince, Lina Prieto, Lina María Hoyos, Fernando Cruz, Johanna González, Daniel Arriaga, Diana Wiesner y otros ciudadanos.


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